viernes, 21 de octubre de 2016

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Islandia, donde la excentricidad es normal

By: contadoreseninteraccion On: 17:37:00
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  • Quien apoye la teoría creacionista no podrá menos que admitir que el gran arquitecto debe haberse sentido particularmente inspirado al diseñar Islandia, país que no se parece a ningún otro lugar del planeta. Aquí, lo que creemos que no puede ser, finalmente es. En la misma tierra en la que los glaciares cubren una enorme porción de su superficie hay no menos de doscientos volcanes, algunos de ellos exactamente debajo de los glaciares. El agua hirviendo salta por los aires desde las entrañas de la Tierra a pocos metros de capas de hielo que alcanzan un kilómetro de espesor.



    Además, el sol brilla a medianoche. Y no importa lo que digan los mapas: se puede tener un pie en Europa y otro en América, ya que la geografía contradice las divisiones políticas y en medio de la isla chocan las placas tectónicas Euroasiática y Norteamericana. Los campos no son rasos de tierra y pasto, sino de superficie irregular de lava y líquenes. Los caballos son retacones, melenudos y amigables con los extraños. Hay unos 85 mil domesticados al cuidado de 54 mil jinetes inscriptos. Y está prohibido, por temas sanitarios, que ingrese un caballo al país o que regrese alguno de los que alguna vez se fueron.

    Había leído varias de esas excentricidades y me dispuse a comprobarlo. Al llegar al aeropuerto de Keflavik, puerta de entrada a Reikiavik, compré El pequeño libro de los islandeses, de Alda Sigmundsdóttir. "Le va a ser útil, ya verá", me dijo la vendedora en perfecto inglés (no hay un sólo islandés que no lo hable). Tuvo razón, ya verán.

    La extravagancia como norma
    Suele sostenerse que lo que podríamos definir como entorno, atmósfera o clima cincela la conducta de los seres humanos. Pues Islandia es la evidencia de este aserto, pero sólo en parte. Acaso la conducta se sus habitantes escapa a cualquier patrón conocido y sea tan rara como su naturaleza. Pero no hay que avanzar mucho más. Chocaríamos con el frontón de nuestros prejuicios si hiciéramos eso.

    Incorporar la condición insular para analizar la cuestión es una tentación inevitable. Los países más cercanos son Groenlandia y el Reino Unido y ninguno de ellos está a menos de unas dos horas de avión. Permanece sumido en la oscuridad varios meses al año. Los islandeses viven en los límites del mundo habitable. Presumimos, pues, que se trata de personas herméticas o desconfiadas, retraídas o ensimismadas. Sería un error. El optimismo es consustancial a su naturaleza. Ellos apuestan a que todo mejorará. Extremadamente solidarios, superaron juntos catástrofes de erupciones y también las económicas. Tal vez haya sido su propia historia la que les inculcó, como una estrategia, los beneficios de no rendirse.

    Formalmente, el país no es laico. La Iglesia Evangélica Luterana de Islandia es la religión oficial del Estado. La abrumadora mayoría de los islandeses está bautizada. La Navidad es la fiesta colectiva más importante y pueden encontrarse iglesias en cualquier sitio. Ayudados por la inexistencia de árboles, quienes recorren el país verán las típicas siluetas de las torres puntiagudas de pequeñas capillas, a veces rodeadas por la nada misma.

    Descontamos que todos o casi todos son muy devotos. Otro error. Este año, la Asociación de ética Humana de Islandia dio a conocer una encuesta que arrojó curiosos resultados. Sólo el 4,4 % de los islandeses se autodefine como religioso, es decir que además de creer en Dios van a misa y participan de otras actividades eclesiásticas. El 77 % valida la teoría del Big Bang como origen del mundo. Pero lo realmente extraordinario fueron los resultados entre menores de 25 años. Ninguno de ellos -es decir, el 0%- manifestó creer que Dios creó el mundo.

    Jakob Schram tiene 22 años, estudia Ingeniería y como todos los islandeses también trabaja. Atiende la recepción del hotel en el que me hospedé. Perfecta víctima de mi curiosidad. Le pregunté si era cierto que todos sus coetáneos eran ateos. Su respuesta fue sencilla y contundente: "Sí, así es. Nosotros no vamos contra ninguna religión, pero aquí ya casi no hay creyentes. Y es lógico... Ahora sabemos muchas cosas que antes no. Se creía que los terremotos o volcanes eran castigos divinos, pero hoy sabemos cómo funcionan las cosas".

    Es probable entonces que Islandia sea el país en tener la primera generación totalmente atea del planeta. Eso sí, un 10% de los islandeses dice creer en la existencia de elfos, troles y duendes.

    A su vez, los islandeses son fanáticos de la familia. Los espacios de sociabilidad son intraparientes. Los bautismos, graduaciones, cumpleaños y aniversarios son siempre motivo para reunirse. Y no es fácil integrarse a ese grupo si alguien no está relacionado, aunque sea políticamente. Son en ese sentido tremendamente tradicionales. A la vez, y sin contradicción alguna, están a la cabeza de los nacimientos fuera del matrimonio. El 67% de los niños islandeses son hijos de madres solteras. Lo frecuente es que las jóvenes queden embarazadas a muy temprana edad, "accidentalmente". Y esa realidad se toma de manera absolutamente natural. Los niños crecen cuidados por los padres con la ayuda de sus abuelos. Las familias son ensambladas: los tuyos, los míos y los nuestros.

    Otro dato curioso: la población, unos 320 mil en total, cuenta con una aplicación -sólo para islandeses- que puede ser bajada en sus celulares, llamada íslendingabók, con la información genealógica de todos los habitantes y que se remonta a 1200 años. Con ella, cualquiera puede constatar el grado de parentesco que tiene con quien desea relacionarse.

    Un país sin inmigración significativa y con una población reducida que desciende de un puñado de vikingos asentados en el S. IX mira a la endogamia como una amenaza. En qué momento usan esa aplicación y cómo frenan sus pulsiones en caso de alarma roja deberé averiguarlo en un próximo viaje.


    También, muy liberales
    Es uno de los países con mayor tasa de divorcios. Sexualmente son muy liberales. Nos lo dice la escritora Alda Sigmundsdóttir: si una chica y un chico se conocen puede que vayan a tomar un helado. Probablemente regresen juntos a casa, duerman juntos y al día siguiente estimen si de verdad se gustan. Si ese es el caso, posiblemente vayan al cine y eventualmente tengan un niño, empezarán a vivir juntos y tal vez se casen. Probablemente, todo en ese orden.

    No puede dejar de mencionarse que en Laugavegur -la calle principal del centro de Reikiavik-, en un importante edificio funciona The Icelandic Phallological Museum (o Faloteca Nacional de Islandia), es decir el único museo del mundo dedicado íntegramente al pene, indistintamente de personas o animales. La tienda de suvenires es imperdible.

    El índice de alfabetización alcanza al 99,05% de sus habitantes. Y el 75% de la población adulta completó sus estudios universitarios entre los 25 y los 28 años. La mínima existencia de inmigrantes y la escasa población hace que los trabajos más modestos sean muchas veces ejercidos por profesionales.


    Hannes Aevarssom tiene 24 años y trabaja en una estación de servicio cerca de Akureyri, en la región de Norðurland Eystra. El problema, cuenta, es que todos se diploman, pero no siempre en las carreras que el país necesita. No hay carpinteros ni gente de servicio, acota. "Acá todos los estudiantes trabajamos. Una vez estuve de visita en Alemania y unos amigos me preguntaron qué iba a hacer en el receso de clases. Obviamente, trabajar. Acá nadie puede pensar en vacaciones en Tailandia: es en verano la única época en la que Islandia es visitada por turistas, pues el país puede recorrerse en su totalidad, y no es del caso ausentarse cuando hay más trabajo."

    Islandia está a la cabeza de cantidad de lectores en el mundo. El 85% de sus habitantes lee y uno de cada diez ha publicado un libro. Además, está primera en la lista de países con mayor porcentaje de autores (escritores, músicos, etcétera). La industria editorial tiene el récord mundial de producción de libros por habitante. La literatura tiene aquí sus mayores devotos. Y los escritores son adorados.

    Björk es el crédito islandés en el mundo por su trascendencia en la música. Se crió en Reikiavik y muchos la consideran la voz de Islandia. Otra celebridad es el campeón mundial de ajedrez Bobby Fischer, a quien su país de nacimiento, Estados Unidos, le quitó el pasaporte por cuentas pendientes con la justicia. Islandia, donde murió a los 64 años, le había otorgado la ciudadanía en agradecimiento por el encuentro de 1972 con el ruso Boris Spassky, por el título mundial -que terminó ganando Fischer- y que hizo mundialmente conocida a Reikiavik.

    Un inglés también es venerado aquí. En honor a John Lennon, en 2007 se inauguró en la isla de Viðey la Torre Imagina la Paz. Consiste en una torre de luz que se enciende entre el 9 de octubre, día de su nacimiento y el 8 de diciembre, día en el que murió asesinado. La base del monumento, de piedra blanca, tiene tallada la frase imagina la paz en 24 idiomas.

    Borges visitó tres veces la Isla y siempre exhibió fascinación por las sagas, al punto que su viuda inscribió en la piedra que marca su tumba la frase Hann tekr sverthit Gram ok leggr í methal theiera bert (Tomó la espada Gram y la colocó entre ellos desenvainada) que corresponde a la saga Völsunga.

    Todos los islandeses pueden leer historias nórdicas tal como fueron escritas hace siglos, ya que debido a su aislamiento y a la inexistencia de inmigrantes, su idioma se ha mantenido casi sin cambios.

    También hay allegados
    En el intinerario de doce días que hice por la ruta que da vuelta por toda la isla y que se conoce como Ring Road -un camino solitario, de pronto, una casa con mesas afuera y un cartelito. Es decir, tipología ¡café! Así que paramos. Una señora de generosa sonrisa nos dice que sí, que podemos tomar café. Hay una cafetera encendida. Ella señala que podemos servirnos nosotros mismos. Mientras, nuestra anfitriona teje mirando el paisaje a través de la ventana y despreocupada por lo que hacemos nosotros. En el lugar hay varios suéteres a la venta.


    De pronto se vuelve hacia nosotros: ¿De dónde son? Ante nuestra respuesta, a la mujer se le iluminó la cara:

    -¿En serio? ¡Yo viví un año en la Argentina!

    -Increíble... ¿dónde?

    -En Mar del Plata.

    -¡Glup!

    Tenía 17 años y corría 1972. Calculé pues que Sigridur Inga Bjonsdottir (así se llama) tiene mi edad. Llegar a este lugar que podría ser el último rincón de la tierra y encontrarme de la manera tan arbitraria con alguien que vivió en mi ciudad, no es una casualidad... ¡Es un milagro!

    El café es en realidad parte de una granja en la que se crían ovejas. Muchos alumnos de escuelas primarias visitan el lugar -que se llama Bjarteyjarsandur-, para tomar contacto con lo que es un establecimiento de campo. Mi nueva amiga Sigridur tuvo el gesto de mostrarnos el galpón donde las ovejas tienen a sus crías. Resultó una fiesta. Un verdadero salto de programa, como llama Beatriz Sarlo a estos episodios que los viajeros tenemos sin previsión alguna y que resultan los más ricos del viaje.

    Otro día me hice un nuevo amigo islandés: Aðalgeir Egilsson, que acaba de cumplir ochenta años.

    -¿Si nací aquí? Bueno, prácticamente... (dice señalando una casa a unos cien metros). Ésa era la casa de mis padres.

    Unos 25 kilómetros al norte de Husavic habilitó en su propiedad un museo costumbrista (el Mánárbakki Folk Museum) sobre épocas islandesas ya pasadas. Transportó una casa de dos plantas y la llenó de ropa, muebles y enseres del pasado. Lo mismo hizo con dos pequeñas casas, esas de las llamadas turf houses, construidas ahora, pero con técnicas antiguas. Su carácter de curador de un museo propio lo ayudó con su obsesión de coleccionista compulsivo. Cajas de fósforos, máquinas de lavar antiguas...¡y postales!.

    Cuando supo que veníamos de la Argentina, sacó un álbum con postales de nuestro país. Así, en el último confín de la tierra, donde estirando la mano tocaba el Círculo Polar Ártico, tuve frente a mis ojos postales del Congreso, la Plaza de Mayo y Cataratas.


    Sin ejército, policía ni crímenes
    Islandia carece de fuerzas armadas. Tiene sólo una fragata que patrulla sus costas. La policía ordinaria anda desarmada. Confieso que no la he visto ni armada ni desarmada. En las dos semanas que recorrí el país, jamás vi a un policía, un patrullero o un destacamento. Hay una media de crímenes de uno cada ocho años -consecuencia del alcohol o drogas- y se lo considera el país más seguro del mundo.

    Pasé ocasionalmente frente a la prisión de Litla-Hraun, cerca de Eyarbakki en el sur de Islandia. Se supone que es la prisión más grande del país. Sólo se veía un pabellón muy prolijo y un gran patio cercado por alambre tejido. No hace falta más. Es el país con menos cantidad de presos por habitante. Al momento de preguntar, en todo el territorio había sólo 147.

    No es difícil sacar alguna conclusión del porqué. Una sociedad con escasas tensiones sociales gracias a sus índices igualitarios. El 97% de la población se considera a sí misma como de clase media.

    Hasta 1989, la ley seca que regía en Islandia prohibía el consumo de cerveza. Hoy el alcohol no está prohibido, pero es carísimo, razón por la cual en el Aeropuerto Internacional de Reikiavik, donde se vende alcohol sin impuestos, las góndolas con botellas son interminables. Tampoco es posible comprar alcohol en otro lugar que no sea la cadena estatal llamada Vínbúðin, y para eso hay que tener más de 20 años. De todas maneras, no es difícil ver, particularmente los fines de semana, gente en copas, aunque raramente provocando disturbios.

    Es también el país de mayor consumo de marihuana per cápita. De los 320 mil habitantes, 55 mil fuman cannabis. Detrás vienen Nueva Zelanda, Canadá, Holanda y los Estados Unidos. No es legal, pero quienes cultivan marihuana sólo son pasibles de multas. Nadie va a prisión por eso, salvo que exceda los límites del consumo y alcance una escala de "negocio".

    Absolutamente blanca es la imagen que arroja una foto satelital de Islandia tomada durante el invierno. El hielo y la nieve lo cubren todo. Apenas una mínima extensión de tierra en el Sur, en los alrededores de Reikiavik, se salva del manto blanco. Claro, la isla está inmediatamente debajo del Círculo Polar Ártico. Sin embargo, no es tan frío como parece. El secreto es que la alcanza la corriente del Golfo (alimentada por las corrientes de Florida, Yucatán y la corriente atlántica del Golfo de México), lo que le confiere un clima oceánico, es decir templado.

    El nombre de la isla significa La tierra del hielo. Cuenta la leyenda que ese nombre se lo pusieron los primeros colonos, que a su vez bautizaron a Groenlandia con un nombre más atractivo (Tierra verde) para que cualquier viajero buscara ese destino y los dejara a ellos vivir en paz. A juzgar por la realidad, los nombres están cambiados.

    Cada año una medición llamada World Happinnes Report determina cuáles son los países cuyas comunidades se manifiestan más felices. El último año fue Islandia, que siempre está primera o segunda disputándose el podio con Suiza. Tienen motivos para serlo. Disfrutan del agua más pura y del aire más incontaminado del mundo gracias a la energía geotérmica, que permite que todas las viviendas estén alimentadas por las napas calientes que brotan del subsuelo.

    Y si bien tienen unas 750 mil ovejas, es decir dos por cada habitante, Islandia carece totalmente de hormigas.

    En el aeropuerto Keflavik, me encuentro con la misma chica que me vendió el libro de cómo son los islandeses. Le pregunto si ella cree que lo que se dice ahí es cierto. "Mucho me temo que sí, señor", fueron las últimas palabras que oí antes de salir de este país que, como a Borges, se me hace cuento que alguna vez empezó. Soy hombre y nada de los humanos me es extraño dijo Terencio, que seguramente nunca estuvo en Islandia.

    Fuente: lanacion.com  

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